El Führer fue alcanzado por la explosión que destruyó la sala de reuniones de la Guarida del Lobo. El autor del atentado se apresuró a ir a Berlín para reunirse con los demás conspiradores, pero estos dudaban, sin saber si Hitler estaba realmente muerto.
El baño de sangre tras el golpe fallido fue solo el principio. Durante los seis meses siguientes, la Gestapo desarticuló la vasta red de conspiradores. A los acusados les esperaba un juicio humillante y una espantosa ejecución.