Descripción:
Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que
las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos
y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no
se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros
pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra
ella». Así describía hace años el escritor alemán Patrick Süskind
la fuerza del perfume en su homónima y conocida obra. Y es que, como él
mismo dice, quien domina el olor domina el corazón del ser humano. Porque
somos seres olientes, individuos que tal vez ya olfatean poco debido a la
desaprobación social (eso de dar excesivo uso a la nariz es más cosa de
canes...), pero individuos que al fin y al cabo huelen. Huele nuestro cuerpo
(el olor corporal nos individualiza como las huellas digitales, en palabras del
antropólogo David Le Breton) y el olor puede ser usado desde para gastar
una broma hasta para procurar la modificación de nuestra conducta. Así,
Disney, hace más de cuarenta años, empezó a prodigar fragancia de palomitas
calientes en sus parques de atracciones, ya que comprobó que de este modo sus
visitantes se gastaban más dinero comprando chucherías y piscolabis. Por otra
parte, la empresa Dunkin Donuts hizo una prueba en el transporte público de
Seúl: camufló unos difusores de olor a café recién hecho en
la puerta de salida del autobús, que se activaban cuando
alguien se bajaba junto a algún local de la franquicia.
¿El resultado? Un aumento del 29 % de sus ventas.
El tema, desde luego, es apasionante. Lo mismo que
todos los demás artículos que componen este número:
la historia de las redes neuronales informáticas,
la búsqueda del ancestro X fuera de África (¿cómo
influiría en su vida el olor?), el viaje a la gran
fosa de Atacama... Disfruta de la lectura.