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Con luz propia | Marie Claire Digital nº 432 noviembre 2023

2,99 

Dicen que el valor de una joya se mide por los recuerdos que conservamos en ella. Y es que las joyas no son sólo adornos brillantes que se llevan por mera vanidad. Son un eco, un susurro del pasado que nos conecta con las historias y las personas que de alguna manera han marcado nuestro viaje. Son reliquias que atan momentos del pasado al presente, que conectan almas e historias. No son simplemente objetos de decoración, sino guardianes de momentos que nos han moldeado. Son un trozo de tiempo solidificado, un fragmento de historia, una marca de un instante vivido. La pieza más especial de mi joyero es el icónico colgante en forma de corazón que, para mí, no sólo brilla con una luz que proviene de su superficie, sino también de su significado. Me lo compró mi abuela cuando me gradué y esta joya se convirtió en un recordatorio de su amor, de su sabiduría y de las historias que compartíamos. Es un recordatorio constante de los momentos que vivimos juntas. Ella ya no camina a mi lado, pero este collar me hace sentir que está siempre conmigo. Me lleva de regreso a las tardes en su casa, escuchando historias del pasado, sintiendo el calor de sus abrazos y el aroma de su perfume. Es un testigo silencioso de amor, pérdida y esperanza. Es una cápsula del tiempo que retiene los sentimientos y las emociones de los momentos con ella. Pero lo más sorprendente de esta pieza no es sólo la conexión con mi abuela, sino la serenidad que me brinda en los momentos más agitados de la vida. Cuando el estrés se apodera de mí o me encuentro en situaciones que desafían mi ánimo, sólo necesito tocar ese pequeño corazón para encontrar calma. Y es que a veces las joyas se convierten en la única tangibilidad que tenemos de un recuerdo, de una persona o de un momento que cambió nuestras vidas. Son un pedazo de historia, una conexión eterna, un susurro del pasado que nos dice que el amor trasciende el tiempo y el espacio. Son un corazón que late eternamente.

Con luz propia | Marie Claire Digital nº 432 noviembre 2023

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Dicen que el valor de una joya se mide por los recuerdos que conservamos en ella. Y es que las joyas no son sólo adornos brillantes que se llevan por mera vanidad. Son un eco, un susurro del pasado que nos conecta con las historias y las personas que de alguna manera han marcado nuestro viaje. Son reliquias que atan momentos del pasado al presente, que conectan almas e historias. No son simplemente objetos de decoración, sino guardianes de momentos que nos han moldeado. Son un trozo de tiempo solidificado, un fragmento de historia, una marca de un instante vivido. La pieza más especial de mi joyero es el icónico colgante en forma de corazón que, para mí, no sólo brilla con una luz que proviene de su superficie, sino también de su significado. Me lo compró mi abuela cuando me gradué y esta joya se convirtió en un recordatorio de su amor, de su sabiduría y de las historias que compartíamos. Es un recordatorio constante de los momentos que vivimos juntas. Ella ya no camina a mi lado, pero este collar me hace sentir que está siempre conmigo. Me lleva de regreso a las tardes en su casa, escuchando historias del pasado, sintiendo el calor de sus abrazos y el aroma de su perfume. Es un testigo silencioso de amor, pérdida y esperanza. Es una cápsula del tiempo que retiene los sentimientos y las emociones de los momentos con ella. Pero lo más sorprendente de esta pieza no es sólo la conexión con mi abuela, sino la serenidad que me brinda en los momentos más agitados de la vida. Cuando el estrés se apodera de mí o me encuentro en situaciones que desafían mi ánimo, sólo necesito tocar ese pequeño corazón para encontrar calma. Y es que a veces las joyas se convierten en la única tangibilidad que tenemos de un recuerdo, de una persona o de un momento que cambió nuestras vidas. Son un pedazo de historia, una conexión eterna, un susurro del pasado que nos dice que el amor trasciende el tiempo y el espacio. Son un corazón que late eternamente.