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Libros Malditos | Muy Historia Ed. Coleccionista nº 39

9,99 

Hay existencias

La sociedad siempre ha asociado la escritura con la evidencia. Al igual que los pactos no obligan a su cumplimiento hasta tanto no figuran sobre el papel, los hechos quedan verificados en la medida en que son escritos. Así, «poner negro sobre blanco» adopta connotaciones notariales y convierte las ideas y pensamientos, por peregrinos que sean, en inmortales. Bien lo sabía Cayo Tito cuando dijo ante el Senado romano: «Verba volant, scripta manet» («las palabras vuelan, lo escrito queda»). Y de esa inmortalidad deriva el miedo a algunos libros «malditos» y el interés de ciertos poderes en ocultarlos al común de los mortales o en condenarlos y perseguirlos. Desde los mismos inicios de la escritura, los libros han sido víctimas de censores políticos y religiosos que han intentado destruir aquellos que contenían ideas peligrosas o subversivas, pero también títulos inocuos por indescifrables y otros que ni siquiera existieron. Hasta tal punto llegó a veces la locura. Y no hablamos de uno ni de dos, porque los censores suelen tener una mirada bastante amplia a la hora de destruir. En algunas épocas de la historia ha habido tantos libros prohibidos que hasta se publicaban índices con ellos, una relación de obras que no se podían difundir ni leer, y en los casos más sangrantes fueron prendidos fuego ante una muchedumbre que celebraba esa barbarie. Convertirlos en pasto de las llamas era asegurarse su destrucción total. Los libros morían en la hoguera, como las brujas… Escribir sobre esos libros malditos es un homenaje, un deseo de que no se vuelva a encender el fuego del odio y la persecución, ni siquiera en el metaverso

Libros Malditos | Muy Historia Ed. Coleccionista nº 39

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La sociedad siempre ha asociado la escritura con la evidencia. Al igual que los pactos no obligan a su cumplimiento hasta tanto no figuran sobre el papel, los hechos quedan verificados en la medida en que son escritos. Así, «poner negro sobre blanco» adopta connotaciones notariales y convierte las ideas y pensamientos, por peregrinos que sean, en inmortales. Bien lo sabía Cayo Tito cuando dijo ante el Senado romano: «Verba volant, scripta manet» («las palabras vuelan, lo escrito queda»). Y de esa inmortalidad deriva el miedo a algunos libros «malditos» y el interés de ciertos poderes en ocultarlos al común de los mortales o en condenarlos y perseguirlos. Desde los mismos inicios de la escritura, los libros han sido víctimas de censores políticos y religiosos que han intentado destruir aquellos que contenían ideas peligrosas o subversivas, pero también títulos inocuos por indescifrables y otros que ni siquiera existieron. Hasta tal punto llegó a veces la locura. Y no hablamos de uno ni de dos, porque los censores suelen tener una mirada bastante amplia a la hora de destruir. En algunas épocas de la historia ha habido tantos libros prohibidos que hasta se publicaban índices con ellos, una relación de obras que no se podían difundir ni leer, y en los casos más sangrantes fueron prendidos fuego ante una muchedumbre que celebraba esa barbarie. Convertirlos en pasto de las llamas era asegurarse su destrucción total. Los libros morían en la hoguera, como las brujas… Escribir sobre esos libros malditos es un homenaje, un deseo de que no se vuelva a encender el fuego del odio y la persecución, ni siquiera en el metaverso